miércoles, 31 de octubre de 2018

OCTUBRE DEL ROSARIO

Nunca es fácil levantarse el primer domingo de octubre; sobre todo este año, que tuvimos ese sábado día 6 una procesión en la que caminamos durante toda la noche en pos de Jesús Nazareno cargando con nuestra cruz, dejando colmadas nuestras ansias y nuestras almas y cansados nuestros cuerpos. Aún viviamos en el sueño primaveral que octubre nos regaló aquel sábado, pero el despertador nos devolvió crudamente a la realidad, a la realidad oscura de la madrugada de domingo, a la realidad dulce donde Ella nos esperaba.

Es duro levantarse el dia del Pilar, un día de descanso que tanto nos hace falta en nuestra rutina semanal, y más con la perspectiva de caminar hasta la lejana San Jose Obrero para acompañarla. Y tan seguido, se hace duro levantarse dos días casi consecutivos tan temprano. Es duro levantarse, un domingo más, y subir a Santa Clara, y más si la lluvia amenaza con sorprenderte a mitad del camino. Y es duro, incluso, levantarse el último domingo, aún con una hora más de sueño. El frío que te golpea al asomarte a la puerta, delatando al invierno que ya llega, es capaz de amilanar a cualquiera. Pero es mas duro pensar que sólo queda esa mañana para seguirla a Ella.

Sin embargo, al verla a Ella, te embarga la certeza de que el sacrificio ha valido ya la pena. Llegar a las Claras y verla en el suelo, mirandote cara a cara, saludandote un octubre más, disipa cualquier duda. Y verla presidiendo los altares de cada parroquia te conforta en cada mañana, porque te confirma que no fue un sueño, que ha estado allí toda la semana, esperando ese instante en que tú vuelves a Ella.

Es duro, aun así, caminar a tan temprana hora. Parece que no terminas de coordinar, el sueño embota tus sentidos, el cansancio traba tus piernas. Pero, por largo que se haga el camino, en cada mirada que le dedicas, Ella te da fuerzas y te anima a continuar. Por cada paso que das, brota de las desiertas calles una oración, oración que nace de las roncas gargantas de los madrugadores devotos que la siguen a Ella, a su Madre: Del niño que camina de la mano de su madre o de su abuela, del joven que no puede dormir sabiendo que hay un paso en la calle, del hombre que la lleva sobre sus hombros por tradición y de la anciana que le pide por tantas cosas y le da gracias por tantas otras.

Así, cada Ave Maria cantado en las calles en penumbra se sublima en una cuenta de plata, que poco a poco va completando el Rosario de estrellas que se convierte en escalera al Cielo, porque el Rosario no es otra cosa que eso, el camino hacia el Reino celestial. Iluminados por las velas de su trono y por las candelas que, en el último domingo, abrazamos, convirtiendo las calles a oscuras en un rosario de luz y devoción, vamos ofreciendo nuestros ruegos por aquellos que más lo necesitan. Quizás, al sumar a nuestros rezos la penitencia del madrugar y del camino, lleguen más prestos hasta el Padre, que es a donde Ella nos lleva directos. Maria nos enseña en esas mañanas, y nos lo recuerda cada año al llegar el mes de octubre, que el camino de la Salvación no es facil, que exige sacrificios. No obstante, tambien nos enseña que para Ella tampoco fue facil y que estará junto a nosotros durante todo el camino, y nos acompañará y nos guiará como a Estrella de la Mañana.Y nos muestra que, siguiendola, el sacrificio tiene recompensa. Madrugar, caminar y rezar, por duro que sea, vale la pena porque, al final del camino, nos espera Cristo en la alegre fiesta de la Eucaristía.

Un año más, Nuestra Señora de Gracia y Esperanza, la Virgen de Gracia, nos ha enseñado todas estas cosas. Con ella hemos madrugado, hemos compartido caminatas, rezos y plegarias; desde las Claras a San Jose Obrero y vuelta, abandonando de nuevo a sus monjicas hasta Santa Clara; de allí al Convento y, como siempre, terminando en la Asunción.También hemos compartido alegrias y gozos, le hemos dado gracias por tenerla con nosotros, por salir otro octubre a buscarnos para llevarnos, mediante el Rosario, a Cristo, Y aún mientras disfrutamos de la alegre convivencia de los churros, tras cantarle otra vez y aclamarla como "Madre Nuestra querida", volvemos la vista a la penumbra de su Casa-Museo y la miramos con nostalgia, despidiéndonos hasta que de verdad toque despertar del sueño pasional y sea Ella la que abra las calles en una cuaresmal tarde de marzo. En ese momento, a nuestra memoria volverán las madrugadas de octubre pues, aunque sea duro, en nuestro corazón hay un rinconcito que duerme todo el año y que despierta cuando el verano llega a su fin y el invierno toca a nuestra puerta. En ese mes de transición que es octubre, ese pedacito de nuestro ser salta de alegría pues, en el fondo, todos los que lo hemos vivido, añoramos siempre nuestro Octubre del Rosario.


REPORTAJE FOTOGRÁFICO DE LOS 
ROSARIOS DE LA AURORA 2018

ROSARIOS 2018


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