sábado, 22 de septiembre de 2018

ORACIÓN QUE SUBE AL CIELO

Cada martes de romería, Murcia entera se convierte en oración. Ya en la víspera, tunos y huertanos, fieles a la tradición, se abren paso entre riadas de murcianos y transeuntes para conseguir acceder al presbiterio catedralicio. Allí cantan, bailan y gritan "vivas". Durante toda la noche, las calles de la huertana ciudad se convierten en un río encendido que va a parar al tranquilo lago de la Santa Iglesia Catedral y, desde allí, continúa su curso hasta desembocar en el serrano altar que preside la vega murciana. 

Ya las primeras luces del alba lo anuncian, los romeros iluminan el camino, alfombrando con la cera derramada el camino que toda Murcia ha de recorrer en pos de su Madre. Por desgracia, las nubes ocultaron a ese trasnochador lucero del alba la visión por la que se retrasa en el cielo, queriendo adelantarse al sol para, con su debil fulgor, darle un beso de despedida a su Madre. El sol, sin embargo, si llenó su rostro de luz, aunque ya avanzada la mañana, dejando antes a la lluvia acariciar su bello rostro. No es, sin embargo, motivo de cobardía la lluvía para los murcianos. ¿Qué son unas gotas ante la lluvia de pétalos que le ofrendan? Pareciera como si, por cada gota de cera derramada esta madrugada en el camino, hubiera surgido de la tierra una mesa para que Ella se pose, cual paloma encarnada, a descansar de su peregrinaje.

Al llegar el mediodía, las abarrotadas cuestas frenan el avance del paso y las puertas del Santuario casi se bloquean del gentío que allí se agolpa. Ella, paciente, los mira a todos, uno a uno, con la promesa de que Marzo está a la vuelta de la esquina y el consuelo de que, si no son capaces de aguantar, su casa está siempre abierta para ellos. Así, y tras haberlos mirado a todos, sus morenos bucles se pierden en la dulce penumbra del templo, cerrando así una romería más.

Pierdo ya la cuenta de las pocas veces que he ido a verte en tus romerías, a hacer el camino junto a Ti, María. Recuerdo aquella primera bajada, hace unos pocos años, que fui a recibirte al carmen, y aquella otra romería que, de rebote, una mañana de abril pude disfrutar. Y alguna que otra septembrina bajada y un par de Grandes Romerías de Septiembre. Y de todas guardo recuerdos similares. Campanas en Belluga, gentío en el Puente y pólvora en el Carmen. Vivas en Santiago el Mayor, llantos en el Progreso y petaladas en Algezares. Y mesas, mesas sin fin por todo el camino. Y aunque siempre es distinta en algunos detalles, siempre son iguales tus romerías. 


Por eso me pregunto ¿Cómo yo, ciezano hasta la médula, no puedo resisitirme a tu llamada, buscando inevitablemente tu presencia? ¿Cómo yo, que tanto adoro a mi Buen Suceso, y su romería al son de pasodobles, voy a verte a Ti y a hacer un árduo recorrido sin más música que el rosario de los pies cansados? La respuesta es sencilla, en tu cara morena, veo el Dolor de una Madre Afligida en una mañana de Viernes Santo y la Alegría del Amor Hermoso a la luz de la Pascua, la Esperanza de las madrugadas de octubre y las Cortes celestiales que acogen a mis mayores. Veo el Buen Suceso de la venida de Dios al Mundo y la Cabeza de todas mis devociones. Veo, en fin, al mirarte, Virgen de la Fuensanta, más allá de una advocación, el rostro que se oculta tras tan distintas imagenes: a nuestra Madre del Cielo, María Santísima. Y, al mirarte, Virgen María de la Fuensanta, se con certeza que los últimos versos de tu himno encierran una gran verdad: Te llamemos como te llamemos, tengas esta o aquella imagen y advocación, Eres nuestro Consuelo, en fín, y ORACIÓN QUE SUBE AL CIELO PASA POR TU CAMARÍN.


ORACIÓN QUE SUBE AL CIELO

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