Ya ha llegado el tiempo cuaresmal, lo que tanto ansiábamos. Cuando, el año pasado, la Virgen del Amor Hermoso entraba por las puertas de la Ermita de San Bartolomé, nuestros ojos, vidriosos de lágrimas cansadas, ya tenían puesta la mirada en ese 14 de febrero, un día para volver a enamorarse de nuestra Pasión. El popular y comercial día de los enamorados era el día que buscábamos con ansias desde el pasado abril.Un día para enamorarnos de nuevo de las marchas, del incienso, del terciopelo y las campanas. Un día para enamorarnos por enésima vez de nuestra Semana Santa.
Mientras llegaba o no llegaba ese día, nos hemos entretenido inventándonos excusas para sacar los Santos a la calle. Congresos, aniversarios, peregrinaciones, promesas... todo muy válido y hermoso, todo bueno en principio. Pero en la cantidad no está la virtud, más bien en la calidad. Tantas han sido, tan abundantes y ricas que, ahora que ya empieza temprana y madrugadora la cuaresma, una Navidad sólo no basta para recuperarnos. Nosotros mismos nos sobrecargamos, hay días que nos obligamos a seguir escuchando marchas, a acercarnos a esa procesión parroquial, a visitar iglesias sólo por regodearnos en nuestros recuerdos y añorar algo que nunca se ha ido porque lo hemos prolongado hasta el extremo. Tanto lo hemos querido alargar, que el principio y el final ya no se distinguen; que aquello que un día fue intenso en su brevedad, ahora es casi constante y, por la cotidianidad, carente de fuerza. Yo mismo me declaro culpable de este pecado.
Sin embargo, entre tantas cosas que hemos exagerado, que hemos fomentado; entre todas esas cosas que casi nos hemos obligado a hacer, como si nuestra profesión (que no procesión) fuera ser cofrades, hay una de la que casi nos hemos olvidado, una cosita pequeña, como un grano de mostaza, como la levadura, como la sal, algo tan minúsculo que apenas se aprecia a simple vista pero que, sin ella, nada de todo esto tiene sentido. Y ya es hora de reencontrarnos con ella para que crezca en nosotros como el árbol de la mostaza, con ella crezcamos y nos engrandezca como pan en el horno de la vida, y de sabor y consistencia a nuestros actos y procesiones. Sin la FE, nada de esto tiene sentido.
Por esto empezaba hablando del día de los enamorados, porque este año se nos regala que San Valentín coincida con Miercoles de Ceniza. Es un día perfecto para enamorarnos de nuevo de Cristo. "De nuevo" en sus dos sentidos: aquellos que ya estuvimos enamorados de Él, volver a ese amor, y aquellos que no lo conocen, para iniciar una nueva relación que dure para toda la vida y engrandezca todas aquellas otras que mantengamos o iniciemos. Mas no será facil, por eso sale el Medinacelli cada viernes, por eso saldrá esta noche del convento, pues la cuaresma es un Via-Crucis que culmina Domingo de Resurrección.
Olvidemos por un momento los traslados, olvidemos las procesiones, olvidémonos de todo lo que acontece entre Ramos y Pascuas en nuestras calles. Olvidemos los sonoros tambores y las estridentes cornetas, olvidemos el oro de los tronos y las carnaduras de las imagenes y centrémonos en lo realmente importante. Cómo puede un cofrade sentir de verdad esos sentimientos y escenas que sobre sus hombros lleva si no está donde suceden. Antes de salir con la Burrica, pasemos dentro de la Iglesia, y veremos a Cristo entrar triunfal en ella, en silencio y sin palmas, pero triunfal, pues ya será una victoria si tú que hace tiempo que no lo ves entras a visitarlo cuando el sacerdote levante el pan, que ya no es Pan, si no el mismo Cristo de nuevo presente entre nosotros. Entonces, y sólo entonces, tendrá sentido salir a acompañarlo con palmas y ramos.
¿Por qué llora el Cristo de la Oración? ¿Por qué está triste Jesús Nazareno prendido? ¿Por qué el Cristo de la Agonía agoniza en Silencio? Porque esta sólo. Él está sólo esa noche porque una imagen suya se lleva todas las miradas mientras el propio Cristo pasa desapercibido, sólo y apesadumbrado en el Sagrario. Él te ha invitado a su cena de despedida, te ha invitado a sentarte junto a Él, a lavarte los pies con sus propias manos, te ha invitado a una masterclass de humildad; y tú, vestido con tu elegante traje o con tu delicada mantilla, sólo piensas en llegar a tiempo para coger el mejor sitio y desfilar en una posición buena para que te vean. Y, aún después de haber terminado la procesión, te olvidas que toda esa noche el Sagrario permanece iluminado, con las puertas abiertas, esperando a que tú vayas a consolar a quien tantas veces te ha consolado sin darte cuenta. Cada vez que llorabas, que las cosas se te hacian cuesta arriba, Cristo mismo dejaba su Cruz y cargaba contigo con una sonrisa y, ahora que Él llora, tú no te acuerdas de ir a hacerle compañía.
Más aún. El Cristo del Consuelo no puede morir en la calle, no se puede enterrar a Cristo en su morada Cama, no se lo puede bajar de su verde Cruz porque Cristo mismo está crucificado en la Cruz del altar. ¿Qué sentido tiene sacarlos en procesión si no hemos estado allí donde eso ha sucedido? Y no me refiero a Jerusalén; me refiero a la iglesia, donde cada Viernes Santo se llora como el primero porque Cristo ha Muerto. Si no vamos esa tarde al templo, si no vemos el altar desnudo, vacío, sin luz, en silencio, si no vamos a escuchar el relato de la Pasión, si no besamos la Cruz Victoriosa donde la Muerte por la Muerte acaba de ser vencida, de nada sirve pasear una escultura de madera por las calles. Igual que de nada sirve bailar los tronos y tirar caramelos si no hemos visto cómo, al cantar el Aleluya, la iglesia en penumbra se iluminaba, si no hemos visto como la hoguera se encendía y de ella brotaba la luz del Círio Pascual, signo de la Victoria de la Vida, si no hemos visto a Cristo renacer en la Consagración, resucitar y resucitarnos en la comunión. Sin Dios, sin Cristo, sin el Espíritu Santo, sin la FE, nada de lo que hagamos sirve; con ÉL, todo es grande y hermoso como la primavera, todo es pleno y trascendente.
¿Quiere todo este discurso decir que no debemos sacar procesiones, que no debemos celebrar aniversarios ni congresos cofrades? Ni muchísimo menos. Sólo quiere animar a aquellos que las organizan a darle de nuevo el sentido pleno a esa Bendita Locura que a todos nos empapa. Y a tí, que sales en las procesiones y dices no creer, ¿te estoy criticando? ¿Te estoy diciendo que no salgas? Al contrario. Si no conoces a Cristo no es culpa tuya. Pero si te invito a reflexionar sobre lo que haces esos días y darle su significado completo.
Que no quede todo en mero folklore, que la Semana Santa es FE y tradición, pero lo primero es FE. Es una profesión de nuestras creencias, pero también puede ser la puerta hacia la FE para aquellos que no la tienen y sólo tienen que abrir sus corazones y sus mentes y aceptarla. Ese es el verdadero Via-Crucis, el camino hacia la FE. Y ese Via-Crucis no sale de ninguna iglesia, no empieza ni Miercoles de Ceniza ni Viernes Santo. Empieza el día en que uno mismo decide cambiar su vida y abrazar el amor de Cristo.
Feliz Cuaresma y Feliz Via-Crucis.
La Salvación empieza en uno mismo.
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