Ya han pasado dos semanas desde aquel momento. Dos semanas desde que, con el pecho exultante, redoblando a paso ordinario, de mi boca brotaban esas palabras: "Ya hay luz roja en San Antolín".
Aunque mi gran pasión sean las procesiones, aunque me encante ver un paso, sea de donde sea, con su banda y sus penitentes en la calle (y mucho más si son 16). Aunque a Ti te haya visto tantas veces y a los otros tan pocas o ninguna, y quien sabe si volveré a verlos alguna vez procesionar, se que bajé ese sábado a Murcia, como toda Cieza, sólo por verte a Ti. Y es que, como dice ese famoso poema, tanto en gozos como en lamentos de Cieza entera los pensamientos son para Ti.
La semana se hizo más corta, el trabajo y el estudio mas llevaderos cuando, ese miercoles por la tarde me acerqué a San Antolín tan sólo por contemplarte. Se que puede parecer raro que yo, que tan pocas veces subo a verte, acudiera tan de prisa a tu encuentro. Pensaba que, acostumbrado a tanta visita diaria de tus hijos, en Murcia te ibas a sentir un poco solo, pero me equivocaba. ¡Cuántos no serán los ciezanos que viven allí y que de normal no pueden verte los que, con los ojos vidriosos de júbilo, se reencontraban con tu serena faz! Tanto que poco falto para que te secuestraran. Mas ellos saben que Cieza no es Cieza sin ti. Y no sólo a ellos, todos aquellos que acudieron a visitar la exposición de pasos, al parar quedaban prendidos de la grandiosidad de tu trono, de la fuerza de tus rojas tulipas, de la armonía de tus ángeles, de la riqueza de tu Cruz, Sudario y Tonelete, muestras del afecto de un pueblo que te adora. No obstante, de lo que quedaban en verdad prendados es de aquello que, desde que nacemos, enamora a los Ciezanos, de esos ojos que, no muertos, resplandecen entreabiertos, sonriendo a cuantos se acercan a tu faz contemplar.
Mientras allí estaba, explicaba a cuantos visitantes confundidos por allí pasaban cual era este u otro trono, y, cuando llegaba tu turno, la voz me cambiaba, los ojos me brillaban, y me explayaba cantando tus grandezas. Así, mientras de ti hablaba, comprendía que no había ido allí por voluntad propia, que Tú me habías llamado a estar esas horas junto a Ti para, haciendo gala de tu advocación, ayudarme en el día a día y recordarme que siempre estás conmigo.
Llegada la tarde del sábado, las túnicas rojas de tus anderos se agolpaban bajo tus varas, prestos a llevarte como si de Miércoles Santo se tratara. Y la Procesión General se fundió, en aquella mística tarde de noviembre, con el Día de la Cruz. Allí por dónde pasabas, los ciezanos te esperaban, y se ponían en pié, y te aplaudían y te gritaban vivas. Y murcianos y extranjeros no podían si no sumarse a los honores que tus devotos hijos te rendían. Tu reinaste en Murcia aquella tarde, ajeno a polémicas. Tú demostraste que, sin necesidad de ser Patrón, Cieza te lleva en su corazón a dónde quiera que va y Tú la llevas contigo siempre pues por algo te llaman Faro Luminoso y Misterioso Imán.
Tu procesionar arrancó suspiros y lágrimas, tanto a aquellos que en persona te vieron como a aquellos a quienes no dejaste ir porque sabías que necesitaban descanso. Los primeros lloraban por verte, los segundos por no poderte ver, y todos se encomendaban a ti.
Y al terminar aquella noche, mi último pensamiento fue para ti:
De las muchas estampas con las que esta noche podría quedarme, he escogido quizás la más previsible, la más típica. Pero la he escogido por una razón sencilla; 17 años después se ha vuelto a darse la misma estampa: El Señor de Cieza sobre el fondo de la Catedral.
Dentro de 17 o más años, cuando los ciezanos recordemos este día, puede que recordemos que Cartagena llevo al Señor de los Californios a la Capital, puede que recordemos el silencio frente a la Iglesia de Jesús al sonar la campana del Nazareno de Lorquí, minutos antes de bendecir a su inmortal Madre Dolorosa, puede que recordemos lo bien que sonaba esta o la otra banda, la presencia que tenía este o aquel paso en las calles de Murcia, puede que recordemos el eco de Semana Santa Ciezana en los recovecos de la fachada del Casino. Puede que recordemos muchas cosas o puede que no. Lo que si es seguro es que, dentro de 17 años o más, los ciezanos que allí estuvimos recordaremos que el Santo Cristo, nuestro Santo Cristo, volvió a reinar en las calles de Murcia y que nosotros estuvimos allí, ajenos a toda polémica, para gritar con el cariño y el fervor que sólo nosotros sabemos emplear cuando se trata de Él: ¡Viva el Santo Cristo del Consuelo!
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